Si hay algo que se cuenta con las manos es a la gente a la que no le gusta el helado. Este postre, complemento de cualquier comida, tiene en cualquier parte del mundo su propia historia. En Pasto tiene como buen relato Colombiano, un contexto con tinte macondiano y es que fue la visita del nuevo Obispo de la ciudad allá en el mes de octubre de 1918 el que dio pie a la preparación del primer helado de paila.
El helado de paila no tiene orígenes pastusos sino más bien proviene del ecuador. Para ese tiempo no había los procesos de congelación que tenemos hoy en día y por esta razón el hielo se lo traía desde la montaña. En Pasto se lo traía del Cumbal, se lo cortaba con serrucho y se lo transportaba en mulas en un viaje de aproximadamente 2 días.
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” Gabriel Garcia Marquez
Fue el bisabuelo de don Jaime el que empezó y conservó esta tradición en Pasto y este conocimiento se trasladó por generaciones a toda su familia.
Su mamá aprendió y comenzó a venderlo junto a su abuelo. Iniciaron un local con bastante éxito y reconocimiento en la ciudad. Un lugar al que todos querían ir, sin embargo, la línea que separa el éxito del fracaso es muy delgada. Los problemas de la acelerada competencia que se empezó a gestar en la ciudad, las nuevas tecnologías que iban sustituyendo los procesos manuales y haciendo más eficiente el trabajo sumado al desconocimiento empresarial de los papas de Jaime hicieron que finalmente se diera el cierre de puertas de su negocio.
Pero las ganas de trabajar y la tenacidad y experiencia de Doña Hilda, esa resistencia característica de nuestro padres que a veces parecía se recargaban como los muñecos de nuestros videojuegos y se lanzaban a jugar su vida extra, hizo que ella insistiera en esta idea y apostará todo por ella. Cada sábado con ayuda de la familia, montaba un pequeño toldo en la esquina y se ponía pacientemente a vender sus helados, cada vez más innovadores, nuevos sabores, con frutas, con salsas. Una vez más la veíamos conquistando al mundo.
En la transición entre los 80`s y 90`s el negocio esquinero de su madre progresó y fue en ascenso. Ahora ya no solo atendían el sábado; lo hacían desde el viernes hasta los lunes festivos. Organizados e impulsados por el beneplácito de sus clientes decidieron expandirse hacia su propio local.
Como el dicho dice “A quien lucha y suda, la suerte le ayuda; consiguieron arrendar un local
y en poco tiempo compraron toda la casa. Y así, haciendo malabares con los bancos, apagando incendios y prendiendo uno nuevo, lograron un nuevo despertar para su Ñapanguita, nombre que le daría el papá de Jaime y que mantiene hasta la fecha.
Esta familia batalladora, aguerrida y guerrera que imprimió su nombre en la historia de Pasto y marcó el preludio de una tradición, hoy enseña en la cátedra de su veteranía que son hijos pastusos criados, florecidos y madurados a punta de helado.
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